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Celebramos el 25 de Mayo de 1810

Amanece el 25 de mayo de 1810 en la Plaza Mayor. Es una mañana fría de otoño, pero nadie en estos días puede pensar en frío en esta aldea. El gran solar de tierra que habitualmente a esas horas sólo deja ver las brumas del Río de la Plata, todavía conserva las huellas de la noche anterior. Desde el 22 el pueblo inquieto no ha dejado de hacer vigilia en la plaza, mientras puertas adentro del Cabildo se delibera  acaloradamente quién gobernará esta parte olvidada del mundo. Adentro y afuera, las voces se alzan, los ánimos se exasperan. Hay quienes no se han movido en toda la noche, hay quienes retornan desde las primeras luces a poblar otra vez la Plaza Mayor. 

Amanece el 25 de mayo de 1810. Los amaneceres son hermosos espectáculos que regala la naturaleza, que sólo duran unos pocos minutos. Pero hay amaneceres que duran doscientos años, y aún más. Ninguno de los que está allí quizás tenga una idea clara de que este amanecer será más largo, será eterno.

¿Tendrían noción quienes estaban discutiendo dentro del Cabildo la trascendencia  de lo que estaban haciendo? Es muy probable que sí, que hayan  entendido que el destino o el devenir les estaba dando la oportunidad de soñar una patria nueva, fundada sobre la base de valores como la libertad, la igualdad y la fraternidad, valores  que la lejana y admirada Revolución Francesa había pregonado en su momento. Libertad, igualdad, fraternidad , tres bellas palabras que seguramente habrán pasado por la mente de Manuel Belgrano aquél amanecer, o de su primo Juan José Castelli, o del inquebrantable y apasionado camarada de lucha, el doctor Mariano Moreno.

Amanece el  25 de mayo de 1810, y será un día que se recodará seis años más tarde cuando se dé el paso siguiente y decidido de declarar la independencia, y se seguirá recordando aún doscientos años más tarde de 1816. Y Manuel Belgrano piensa en lo que vendrá ese día:  “El miedo sólo sirve para perderlo todo",  se repite, y sabe que si las cosas se complican French y Beruti estarán, como todos estos días, entre la gente de la plaza, esos sí que no tienen miedo.

Amanece el 25 de mayo de 2016. Seis años pasaron de los festejos por el bicentenario de la Revolución de mayo, el mismo tiempo que pasó entre 1810 y 1816. Los países no se hacen de un día para el otro, doscientos años es poco, pero seis años es mucho para completar el nacimiento de una nación. Fueron años de enfrentamientos, signados por la imposibilidad de forjar un proyecto de nación lo suficientemente amplio como para incluir la necesaria diversidad que debía imperar en una nación tan amplia  y tan extensa que no se sabía dónde empezaba y dónde terminaba. Los nacimientos de las naciones no suelen ser fáciles, pero a veces el grado de dificultad con el que nacen determina cómo será su historia. Este país nació discutiendo, nació divido.

Pero también nació valiente, cargado de ideas, cargado de sueños, nació ambicioso, nació impulsivo, quizás porque el miedo sólo sirve para perderlo todo, como pensó Belgrano, quien murió diez años después de la Revolución, pobre y olvidado.

Nacimos enfrentados. Mariano Moreno fue el primero en sucumbir. “Que el ciudadano obedezca respetuosamente a los magistrados, que el magistrado obedezca ciegamente a las leyes”, había dicho en aquellos días agitados, esos días en los que, en sus propias palabras, “…las empresas arduas siempre presentan grandes dificultades, y por consiguiente grandes remedios; pues huir cuando se va a dar la batalla, no sólo es cobardía sino aún traición …”. Mariano Moreno  aportaría a nuestra historia naciente quizás ese fuego, el mismo que aún hoy nos recorre y nos consume: “Hacía falta tanta agua para apagar tanto fuego”, diría sobre su muerte Cornelio Saavedra, su acérrimo enemigo político.

Nacimos divididos, nacimos arrojados. El primo de Belgrano, Juan José Castelli, también será devorado por los fuegos cruzados. Este hombre que enfervorizó los ánimos en las jornadas del Cabildo Abierto, durante la semana de mayo, con sus palabras encendidas como un reguero de pólvora, fue enjuiciado por la derrota del Ejército del Norte en el Alto Perú. No pudo defenderse con su propia voz explosiva, debido al cáncer de lengua que lo afectaba, el que finalmente lo llevó a la muerte a los 48 años, en 1812, tan sólo dos años después de la Revolución. El país nació discutiendo, y por desgracia prosiguió confrontando y derramando su propia sangre. No es que sea malo discutir, el problema es cómo terminan esas discusiones, si es que terminan. Puede decirse sin temor a equivocarse que la Revolución de mayo desató primero la guerra de independencia consecuente y de esperarse, pero casi al mismo tiempo, liberó los demonios de su propia guerra civil, que ensangrentó toda la extensión de su territorio.

Nacimos arrojados, nacimos impulsivos, pero también cargados de sueños, que algunas veces se hicieron realidad. Fuimos cuna de grandes científicos, de grandes artistas, de grandes pensadores y escritores, pero a menudo les dimos la espalda, más interesados en discutir entre nosotros, que en escucharlos, leerlos, acompañarlos y recordarlos.

Pero los sueños de ayer, no sólo están vivos todavía, sino que se agigantaron.

Amanece el 25 de mayo de 2016. Es una mañana fría de otoño, pero este día feriado nadie puede pensar en frío en esta gran ciudad. La gran República Argentina festejará este año el bicentenario de su independencia. Ese sueño de país que nació en 1810, todavía hoy no puede concretarse plenamente. Nació como un sueño, sigue siéndolo, y no es poco poder seguir soñando este sueño diverso y colectivo, porque de los sueños suelen nacer la realidades.

Soñemos  entonces un país ejemplar en el respeto por los otros, un país sin excluidos ni marginados, un país con ética y valores sólidos, un país con memoria y con justicia, un país rico sin pobres ni hambrientos,  fundado sobre las bases de una educación ejemplar y al alcance de todos sus ciudadanos, como alguna vez lo fue. Y si hoy nos parece imposible hacer realidad este sueño, simplemente pensemos qué hubiera ocurrido si aquellos hombres de mayo hubieran pensado igual.  Porque el miedo sólo sirve para perderlo todo, porque las grandes empresas exigen grandes remedios, porque huir cuando se debe dar batalla no es sólo cobardía, es traición. Sigamos entonces la lucha para cumplir los viejos sueños dejando atrás las divisiones, dejando atrás los intereses mezquinos y los odios gratuitos, fundados en los prejuicios irracionales. Sigamos soñando un amanecer luminoso y cálido, que siga durando por otros doscientos años, y aún más.

 

Alejandro Lunadei

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